miércoles, 23 de julio de 2008

Todo formaba parte de un plan retorcidamente estratégico.
Era tan surrealista como el cómic de superhéroes y heroínas más infumable que se haya tragado nadie jamás.

Sólo que ésta vez ni el superhéroe salva al mundo, ni se queda con la chica.

La chica ha resultado ser una mujer que, a pesar de llevar un body a rayas blancas y azules, una corona con su estrella, unas botas de charol blancas, y una estupendísima capa roja, ha sabido ver más allá del infinito.

Ya no pregunta qué más veces de las estrictamente necesarias, se ha dado cuenta que si hay que reincidir en la cuestión, sólo se busca por parte del otro, que se dé demasiada importancia a cosas que a ella, ni le van ni le vienen.


Y a todo esto el Superhéroe...

Ahí está, sentado en un bordillo, dándole la última calada a su supercigarrillo, antes de estamparlo contra el suelo, y proceder a destrozarlo con sus inmaculadas botas, ésta vez de charol rojas.

La capa tiene un siete tremendo, y los botones de su muñequera, que antes le permitían hacer cosas tan geniales como lanzar rayos láser a los malos, o llamar, sin pagar un céntimo al espacio sideral, ahora están roídos del uso, y como se puede deducir, sólo le permiten llamar al teléfono de atención al cliente de su operadora, que, dicho sea de paso, le despluma mes a mes.

Y le queda todavía, ordenar, a poder ser, el mayor caos que se ha encontrado nunca.


El de su cabeza.

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